De todos (o casi todos) es conocido que el aceite de oliva virgen extra (AOVE) tiene propiedades beneficiosas más que demostradas y contrastadas para la salud (si no tienes alergia o intolerancia, claro), y como buena embajadora que soy – porque me gusta-, tengo que predicar con sus múltiples bondades:
- Contiene cantidades importantes de grasas monoinsaturadas y ácido oleico, relacionados con la reducción del riesgo de enfermedades cardiovasculares ¡casi nada!
- Además, contiene antioxidantes, Vitaminas A y E, y otros nutrientes antiinflamatorios que podrían reducir los niveles de colesterol malo, combatir los radicales libres y prevenir el envejecimiento prematuro.
- Sabor y aroma de lagrimita como pocos aceites vegetales.
- Reduce el riesgo de cáncer de mama, próstata, colon e intestino.
- ¿Sabías que sirve como conservante alimentario? Si sueles preparar conservas, o guardas alimentos (en tarros de cristal) en la nevera; añadir un chorrito de aceite antes de cerrar el bote, ayuda a que nos dure más tiempo gracias a sus polifenoles y otros componentes, que actúan como verdaderos bactericidas y hacen más lenta la proliferación de microorganismos.